Sendero Cerrada del río Castril | Geoparque de granada

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El sendero de la Cerrada del río Castril, es uno de los parajes sorprendentes y icónicos dentro del Geoparque de granada. Además, de su singular belleza, destaca por ser una ruta de dificultad sencilla, tanto para el desplazamiento como en la intensidad. 

Posee una longitud relativamente corta, de unos 2,2 km de distancia y una duración estimada de 1 hora. Es una ruta apta para toda la familia, para celebrar un día especial en un entorno natural, e incluso, para sorprender a tus amigos o pareja con un día inolvidable.

Podemos comenzar la ruta avanzando el centro del pueblo. Pueblo que comparte nombre con su río “Castril”, con el cual, ha ido creciendo paralelamente con el paso del tiempo. 

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Sendero de la Cerrada del río Castril

Este peculiar sendero se divide en dos intervalos. En primer lugar, nos encontramos con una majestuosa pasarela excavada y transformada en la roca, que sobrevuela el río. En segundo lugar, otro intervalo que atraviesa un pequeño puente colgante, para continuar a través de una galería perforada en la montaña de unos 60 m, que desemboca en una balcón natural desde el cual podemos gozar de unas impresionantes vistas, incluyendo un salto de agua entre las laderas de la estrecha garganta. 

Posteriormente, accedemos a un tramo de este increíble sendero, donde podemos bañarnos e incluso practicar la pesca de truchas. 

Finalmente, nos topamos con una restaurante ubicado en un antiguo molino, del cual aún conserva su maquinaria. Desde este punto, ascenderemos por la Peña de Castril, para finalizar nuestra travesía. 

Una de las grandes peculiaridades que encontramos en este sendero, es que podemos gozarlo incluso durante la noche, debido a su iluminación nocturna. 

La arboleda perdida

Pero, antes de finalizar nuestra visita, no podemos pasar por alto el jardín de la arboleda perdida, es un jardín majestuoso donde José Saramago, homenajeo a sus abuelos. 

A Jerónimo Melrinho y Joserfa Caixinha

“Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo

y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que mi abuela, también ella,

creía en los sueños. Otra cosa no podía significar el que, estando sentada

una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola,

mirando las estrellas mayores y menores encima de su cabeza, hubiese dicho estas

palabras: ”el mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir”.

No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y

continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final,

estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo

de la belleza revelada.

Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna

otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como

si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque

el mundo era bonito, gente, y ese fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador

de historias que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los

árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando

porque sabía que no los volvería a ver”

           José Saramago.

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